"La Luciérnaga que Tenía Miedo de Brillar"
En un rincón del bosque, vivía una pequeña luciérnaga llamada Lía. Como todas las luciérnagas, Lía tenía la habilidad de brillar en la oscuridad, pero había un problema: le daba miedo que los demás la vieran. Pensaba que si brillaba demasiado, los animales grandes del bosque la notarían y la podrían atrapar.
Cada noche, cuando el resto de las luciérnagas salían a iluminar el cielo, Lía se escondía entre las hojas, observando desde lejos cómo sus amigos volaban, llenando el bosque de pequeñas luces danzantes.
—¿Por qué no vienes a volar con nosotros, Lía? —le preguntaba su amigo Tito—. Es tan bonito cuando todos brillamos juntos.
—No quiero —contestaba Lía—. ¿Y si alguien me ve y me atrapa? Prefiero estar segura aquí, escondida.
Tito, sin insistir, le sonreía y seguía volando con el resto. Pero Lía, a pesar de estar a salvo, no podía evitar sentir tristeza al perderse la belleza de la noche.
Una noche, mientras el bosque dormía bajo el cielo estrellado, Lía escuchó un sollozo. Era una pequeña oruga llamada Nita, que estaba perdida entre la oscuridad.
—¿Qué te pasa, Nita? —preguntó Lía desde su escondite.
—Me he perdido —dijo Nita entre lágrimas—. No puedo encontrar mi árbol y todo está muy oscuro.
Lía sabía que si brillaba, podría ayudar a Nita a encontrar su camino, pero también temía que otros animales la vieran. Se debatió por un momento, pero al ver lo asustada que estaba la oruga, decidió enfrentarse a su miedo. Cerró los ojos y, con suavidad, comenzó a brillar.
La luz de Lía iluminó suavemente el camino, y Nita, aliviada, pudo ver por dónde ir.
—¡Gracias, Lía! —exclamó la oruga—. Tu luz es hermosa. Ahora podré volver a casa.
Lía sonrió tímidamente. Cuando Nita se fue, Lía pensó que tal vez no era tan peligroso brillar después de todo. De repente, una suave voz detrás de ella le dijo:
—Es maravilloso ver tu luz, Lía.
Era Tito, que había visto todo desde las sombras. Lía, sorprendida, intentó apagarse, pero Tito la detuvo.
—No deberías esconder lo que te hace especial. Tu luz no solo es hermosa, sino que puede ayudar a los demás —dijo Tito con una cálida sonrisa.
Lía se quedó pensando en lo que había hecho. Esa noche, había ayudado a alguien porque había decidido no ocultar su brillo. Quizá su miedo no era tan fuerte como pensaba.
Desde entonces, Lía comenzó a salir de su escondite poco a poco, volando junto a sus amigos luciérnagas. Descubrió que al brillar, no solo iluminaba el bosque, sino que también iluminaba su propio corazón. Y aunque a veces seguía sintiendo un poco de miedo, sabía que su luz era un regalo que debía compartir con el mundo.
Fin.