La Tortuga que Quería Ver las Estrellas
En una tranquila laguna, vivía una pequeña tortuga llamada Lía. A Lía le encantaba observar el cielo, pero había un problema: cada noche, cuando las estrellas aparecían, ya estaba demasiado cansada y se quedaba dormida antes de poder verlas brillar.
—Ojalá pudiera quedarme despierta más tarde —decía Lía suspirando—. Las estrellas deben ser tan hermosas.
Sus amigos, la rana Rolo y el búho Tino, intentaban explicarle lo bonitas que eran las estrellas, pero Lía quería verlas por sí misma.
—No te preocupes, Lía —le decía Rolo—. Mañana te contaré cómo brillaban las estrellas anoche.
Pero eso no era suficiente para Lía. Decidió que, esa noche, haría todo lo posible para no quedarse dormida. Se preparó una cama suave de hojas junto al lago y miró hacia el cielo. Sin embargo, antes de que las primeras estrellas aparecieran, sus ojos comenzaron a cerrarse lentamente, y una vez más, se quedó dormida.
Al día siguiente, frustrada, Lía fue a hablar con Tino, el búho, que siempre estaba despierto por la noche.
—Tino, ¿cómo haces para quedarte despierto y ver las estrellas todas las noches? —preguntó Lía—. He intentado de todo, pero siempre me quedo dormida antes de que aparezcan.
Tino, sabio y paciente, la miró con una sonrisa.
—Cada animal tiene su momento especial del día, pequeña Lía —le dijo Tino—. Para mí, la noche es cuando estoy más activo. Pero tú, que disfrutas del día y la luz del sol, también tienes tus propias maravillas. Mientras tú ves el amanecer y el atardecer, yo duermo y me los pierdo.
Lía se quedó pensando en eso. Nunca había considerado que, mientras ella veía el hermoso cielo al amanecer, Tino dormía en su nido y no podía disfrutar de esos momentos.
Esa tarde, mientras el sol se ponía, Lía decidió observar el cielo con más atención. Vio cómo el cielo cambiaba de color, del azul al anaranjado, y luego al violeta. Los primeros luceros comenzaron a aparecer, y aunque no era un cielo lleno de estrellas, Lía encontró una paz especial en esos momentos entre el día y la noche.
Esa misma noche, cuando Lía se quedó dormida temprano, soñó que volaba entre las estrellas, brillando junto a ellas. Y aunque no pudo verlas despierta, sintió que de alguna manera ya había cumplido su deseo.
Desde entonces, Lía dejó de preocuparse por perderse las estrellas. Descubrió que cada momento del día tiene su propia magia. Mientras el sol brillaba, las nubes formaban figuras y los colores del cielo la maravillaban, ella se daba cuenta de que ya estaba rodeada de belleza, de día y de noche, a su propia manera.
Fin.