El Pingüino que Quería Volar
En lo más frío de la Antártida, vivía un pingüino llamado Pipo. A Pipo le encantaba deslizarse por el hielo y nadar en las aguas heladas, pero tenía un gran deseo: quería volar como las aves que veía pasar por el cielo. Cada vez que veía a una gaviota o un albatros surcar los cielos, Pipo se llenaba de asombro.
—¿Por qué no puedo volar como ellas? —se preguntaba Pipo—. ¡Tengo alas, pero no me llevan al cielo!
Sus amigos pingüinos se reían un poco de él.
—¡Los pingüinos no vuelan, Pipo! —decían riendo—. ¡Nosotros nadamos!
Pero Pipo no se rendía. Un día, decidió intentar algo nuevo. Se subió a una colina de nieve, abrió sus alas y saltó, moviéndolas con todas sus fuerzas. Pero en lugar de elevarse hacia el cielo, cayó rodando por la colina hasta aterrizar en un montón de nieve.
Un petrel, que lo había visto desde el aire, se posó junto a él.
—¿Estás bien, pequeño pingüino? —preguntó el petrel—. ¿Por qué intentabas volar?
—Quiero volar como tú —dijo Pipo con tristeza—, pero mis alas no son lo suficientemente fuertes.
El petrel lo miró con amabilidad y dijo:
—No todos estamos hechos para lo mismo, Pipo. Tú no puedes volar por el cielo, pero tienes algo que yo no tengo: ¡eres un nadador increíble! Mientras yo solo puedo volar sobre el agua, tú puedes sumergirte en ella y explorar un mundo al que yo nunca podré ir.
Pipo se quedó pensando. Nunca había visto su habilidad para nadar de esa manera. Así que, al día siguiente, decidió concentrarse en lo que sí podía hacer. Se zambulló en el océano, nadó entre peces brillantes y esquivó focas mientras jugaba entre las olas.
Mientras exploraba las profundidades del mar, se dio cuenta de que allí, debajo del agua, era tan libre como las aves en el cielo. Pipo se sentía ligero y ágil, y descubrió que su mundo submarino era tan emocionante como el cielo.
Cuando salió del agua, Pipo ya no deseaba volar. Se dio cuenta de que cada criatura tiene su propia manera de ser especial. Mientras los pájaros volaban en el aire, él reinaba en las profundidades del océano.
Y desde ese día, Pipo fue el pingüino más feliz, sabiendo que, aunque no podía volar, podía hacer cosas increíbles a su manera.
Fin.