El Pez que Soñaba con Ver el Bosque
En lo profundo de un río cristalino, vivía un pequeño pez llamado Nico. A Nico le encantaba nadar entre las piedras y las plantas acuáticas, pero tenía un gran sueño: quería saber cómo era el bosque que estaba más allá del río. Había escuchado historias sobre árboles enormes, pájaros que cantaban y flores de colores brillantes.
Pero los peces no podían salir del agua, y eso hacía que el sueño de Nico pareciera imposible.
Un día, Nico conoció a una rana llamada Rita, que saltaba entre las piedras del río.
—¡Hola, Rita! —dijo Nico emocionado—. ¿Cómo es el bosque allá afuera? Siempre he querido verlo.
Rita, sorprendida, le respondió:
—Oh, el bosque es hermoso. Hay muchos árboles altos, y el viento sopla entre las hojas. Los pájaros vuelan por todas partes, y el aire está lleno de olores frescos. Pero, ¿por qué preguntas, Nico? Los peces como tú no pueden salir del agua.
Nico se sintió un poco triste al escuchar eso, pero no se rindió. Quería encontrar una manera de cumplir su sueño. Al día siguiente, mientras nadaba cerca de la orilla, una libélula llamada Luna pasó volando.
—Hola, Luna —saludó Nico—. ¿Crees que algún día podría ver el bosque?
Luna, que era muy sabia, sonrió.
—Hay muchas maneras de ver el mundo, pequeño Nico. Tal vez no puedas salir del agua, pero el río y el bosque están conectados. Lo que hay en el bosque termina aquí en el agua. Solo necesitas prestar atención.
Nico no entendía del todo lo que Luna quería decir, pero decidió observar más detenidamente. Con el tiempo, empezó a notar cosas que antes no había visto: hojas de árboles que caían al río, flores que flotaban sobre el agua y, a veces, incluso ramas pequeñas que traían el aroma del bosque. El río traía consigo un pedacito del bosque que tanto anhelaba.
Una tarde, después de una gran tormenta, el río se llenó de colores. Flores y hojas caídas del bosque cubrían la superficie del agua, y el aire se sentía fresco y lleno de vida. Nico nadó entre ellas, maravillado, dándose cuenta de que, en su propio hogar, podía experimentar el bosque de una manera única.
Entonces comprendió lo que Luna le había dicho: aunque no podía salir del río, el bosque venía hasta él.
Desde ese día, Nico ya no deseaba más ir al bosque. Había aprendido a ver su belleza en cada rincón del río, en las hojas, las flores y los sonidos que llegaban hasta él. Y cada vez que una brisa soplaba desde el bosque, Nico sonreía, sabiendo que su sueño de ver el bosque se cumplía en pequeñas y hermosas maneras.
Fin.