CUENTO " LA ARDILLA QUE QUERÍA TOCAR LAS NUBES"

 🌞⛅La Ardilla que Quería Tocar las Nubes

En un bosque lleno de árboles altos y frondosos, vivía una pequeña ardilla llamada Lila. A Lila le encantaba trepar hasta la copa de los árboles y contemplar el cielo. Soñaba con poder tocar las nubes, esas suaves y esponjosas formas blancas que flotaban tan lejos.

—¿Qué se sentirá al tocar una nube? —se preguntaba Lila mientras miraba hacia el cielo—. ¡Debe ser como tocar un montón de algodón!

Una mañana, Lila decidió que iba a intentar llegar hasta las nubes. Corrió y trepó al árbol más alto del bosque, un enorme roble con ramas gruesas que parecían rozar el cielo. Subió, y subió, y subió, hasta que no había más ramas por donde trepar. Al mirar hacia arriba, las nubes seguían estando fuera de su alcance.

—¡Oh, pero si estoy tan cerca! —exclamó Lila, un poco desanimada.

De repente, un viejo cuervo llamado Corvo, que vivía en la copa del roble, la observó y le preguntó:

—¿Qué haces tan alto, pequeña Lila?

—Quiero tocar las nubes, Corvo —respondió la ardilla—. Siempre las veo desde abajo, y me encantaría saber cómo se sienten.

Corvo soltó una carcajada suave y le dijo:

—Las nubes están hechas de agua y aire, y aunque parecen esponjosas, no podrías sostenerlas. Pero eso no significa que no puedas tocar algo igual de maravilloso.

Lila miró a Corvo con curiosidad.

—¿A qué te refieres?

—Al atardecer —le explicó Corvo—, cuando el sol se pone, su luz se refleja en las gotas de agua de las nubes y las convierte en colores mágicos. Si esperas un poco, podrás “tocar” esos colores.

Intrigada, Lila decidió quedarse en la copa del árbol y esperar el atardecer. Poco a poco, el sol comenzó a descender y las nubes se tiñeron de naranja, rosa y dorado. El cielo entero se llenó de colores vivos que brillaban como nunca antes había visto.

Lila estiró sus patitas y tocó la luz que se filtraba entre las hojas. Aunque no estaba tocando las nubes directamente, sentía como si los colores del cielo fueran un regalo especial para ella. Se dio cuenta de que no era necesario llegar hasta las nubes para vivir algo mágico; a veces, la magia estaba en los detalles que sucedían todos los días.

Desde entonces, Lila subía cada atardecer a la copa del roble para ver los colores del cielo y sentir que tocaba algo tan maravilloso como las nubes.

Fin.